▷ Escuelas que no toleran correcciones: ¿por qué no mejoran? 🥇

Docentes discutiendo estrategias educativas en una escuela

En las escuelas se habla con frecuencia de “mejora educativa”, pero muy poco de la disposición a corregirnos colectivamente. El sistema educativo está lleno de personal que no sabe tolerar una corrección, y mientras esa actitud prevalezca, ningún programa, reforma o capacitación logrará transformar de fondo la realidad del aula. La educación no se detiene por falta de recursos, sino por la incapacidad institucional y cultural de reconocer los errores y aprender de ellos.  


En nuestro sistema educativo se ha vuelto común convivir entre pizarrones, consejos técnicos y reuniones llenas de ideas que, muchas veces, terminan archivadas bajo una montaña de egos y silencios incómodos. Y aunque resulte incómodo reconocerlo, existe una realidad que atraviesa a todos los niveles educativos: contamos con un sistema lleno de personal que no sabe tolerar una corrección.


Puede sonar severo, pero es la verdad que se percibe en múltiples escuelas. Desde docentes con amplia trayectoria hasta autoridades educativas de distintos niveles, se manifiesta una resistencia profunda hacia la autocrítica y la retroalimentación, una dificultad para reconocer que aprender no solo implica enseñar, sino también aceptar que podemos fallar y mejorar.


No se trata de errores teóricos ni de cuestiones menores, sino de esos momentos reales en la práctica docente o en la gestión escolar donde alguien señala que algo podría hacerse mejor, o que una estrategia no está dando los resultados esperados. Es justo en ese instante donde podríamos abrir la puerta al aprendizaje colectivo, pero con frecuencia optamos por la ofensa en lugar de la reflexión.


¿Por qué la corrección es esencial en la educación?

Corregir no es humillar. Corregir es un acto de pasión pedagógica. Si lo pensamos bien, la educación misma se basa en la corrección constante: se corrige a los alumnos cuando escriben mal una palabra, cuando cometen un error en algún proyecto, cuando no comprenden un texto. Lo hacen con paciencia y estrategias, sabiendo que el error es parte del aprendizaje.

Pero qué paradoja: muchos docentes olvidan aplicar ese mismo principio consigo mismos.

Aceptar una corrección profesional —ya sea de un colega, un supervisor o un estudiante— no debería ser motivo de conflicto, sino una oportunidad para mejorar la práctica docente.

El problema es que, en gran parte de los centros escolares, la corrección se percibe como ataque personal. Si un compañero sugiere otra forma de enseñar, se le etiqueta de “sabelotodo”. Si una directora señala un área de oportunidad, se le acusa de no valorar el trabajo. Si un estudiante se atreve a cuestionar, se considera falta de respeto.


Diferencia entre crítica constructiva y destructiva

Una crítica constructiva busca el crecimiento profesional; una destructiva, herir el ego.

Sin embargo, el problema real es que hemos perdido la capacidad de distinguir una de otra. En muchas escuelas, cualquier observación se recibe como agresión. No hay diálogo, solo defensa.

Por eso, cuando alguien intenta proponer algo nuevo, la respuesta automática es:

“Así lo hemos hecho siempre.”
O peor aún:
“¿Y tú quién eres para decirme cómo hacerlo?”

Esa cultura de resistencia convierte la mejora educativa en una ilusión. 


El impacto de la intolerancia en docentes y autoridades

La intolerancia a la corrección tiene efectos más profundos de lo que parece.
Un docente que no acepta retroalimentación se estanca profesionalmente, pero también transmite ese modelo de rigidez a sus estudiantes.

Hemos visto cómo maestros que no soportan la crítica terminan reprimiendo a los alumnos que piensan diferente. Sin darse cuenta, enseñan que equivocarse es malo y que el conocimiento es un acto de autoridad, no de construcción colectiva.

Por otro lado, las autoridades educativas tampoco están exentas. A veces, los equipos directivos se blindan detrás de su cargo, considerando que las observaciones de los docentes son una amenaza a su liderazgo.

Lo que debería ser un diálogo pedagógico, se convierte en un choque de egos.


El papel de los líderes escolares en aceptar correcciones

Un buen líder no es quien tiene siempre la razón, sino quien sabe escuchar para tomar mejores decisiones.

Las direcciones escolares deberían ser espacios donde la crítica bien fundamentada se valore, no se castigue.

Cuando un directivo acepta que puede equivocarse, abre la puerta a la mejora institucional. Pero cuando se impone el miedo a hablar, la escuela se convierte en un lugar de silencio profesional.

Y un sistema educativo que calla, se apaga.


Consecuencias de un sistema que no acepta críticas

Los efectos de esta cultura son visibles y dolorosos:

  • Escuelas inmóviles, donde las prácticas no evolucionan.
  • Docentes frustrados, que repiten rutinas por inercia.
  • Estudiantes desmotivados, que perciben la falta de coherencia entre lo que se enseña y lo que se hace.
  • Comunidades educativas divididas, donde predomina la desconfianza.


A largo plazo, la intolerancia a la corrección desgasta la colaboración docente, impide la innovación y genera un clima laboral tenso.

He conocido equipos donde las reuniones pedagógicas terminan siendo campos de batalla, en lugar de espacios de construcción.


Cómo la cultura del ego frena el aprendizaje

El ego es el enemigo silencioso de la educación.

Nos hace creer que ya lo sabemos todo, que nadie puede enseñarnos algo nuevo. Pero el ego también nos roba la posibilidad de crecer.

Cuando un docente se resiste a aprender de otro, se está negando a sí mismo el derecho a mejorar.

Cuando una escuela se llena de ego, deja de innovar: mantiene las formas, pero no el sentido del aprendizaje.

La cultura del ego docente también se alimenta de miedo: miedo a ser juzgado, miedo a no ser reconocido, miedo a perder autoridad.

Por eso, la mayoría de los educadores prefieren aparentar seguridad antes que aceptar vulnerabilidad. Pero en la enseñanza, la vulnerabilidad es la puerta de entrada a la autenticidad.


Estrategias para fomentar la autocrítica en escuelas

La autocrítica no se impone, se cultiva.

Para cambiar esta cultura, no basta con decir “debemos ser más abiertos a la corrección”. Hay que crear entornos de confianza y acompañamiento donde la retroalimentación se vea como crecimiento, no como juicio.

Algunas estrategias efectivas:

  1. Normalizar el diálogo pedagógico. Que las observaciones no solo lleguen en formato de supervisión, sino en conversaciones horizontales entre colegas.
  2. Incorporar sesiones de retroalimentación positiva. No solo señalar errores, sino reconocer avances y compartir estrategias efectivas.
  3. Capacitar en comunicación asertiva. Aprender a decir las cosas sin herir, y a recibir comentarios sin tomarlo como ataque.
  4. Modelar desde la dirección. Si el directivo se muestra receptivo a la crítica, el resto del equipo aprende a hacer lo mismo.
  5. Evaluar prácticas con propósito. La observación de clases no debe ser castigo, sino espacio de crecimiento profesional compartido.


Herramientas para implementar retroalimentación efectiva

La retroalimentación no es un regaño, es una guía.

Algunos instrumentos prácticos:

  • Rúbricas de autoevaluación docente. Permiten que cada maestro identifique sus áreas de mejora sin sentirse juzgado.
  • Bitácoras de reflexión profesional. Espacios personales para registrar aprendizajes, desafíos y estrategias.
  • Acompañamiento pedagógico. Acompañamiento entre pares donde la confianza es el punto de partida.
  • Observación colaborativa. Visitas entre docentes para aprender unos de otros sin jerarquías.


Implementar estas herramientas requiere valentía institucional. Pero los resultados valen la pena: escuelas donde se aprende, no donde se teme.


Casos reales y experiencias de mejora educativa

Hemos visto escuelas que transformaron su cultura gracias a algo tan sencillo —y tan complejo— como aprender a corregirse con respeto.

En una secundaria rural, por ejemplo, un grupo de maestros decidió grabar sus clases para analizarlas juntos. Al principio, nadie quería exponer su práctica. “¿Y si se burlan?”, decían.

Pero poco a poco, entendieron que verse a sí mismos era una oportunidad de oro para mejorar. En menos de un año, el clima escolar cambió: las clases se volvieron más participativas y los alumnos empezaron a disfrutar aprender.

Otro caso fue el de una preparatoria donde el director instauró una política clara: todas las propuestas docentes serían escuchadas, incluso si contradecían su propio criterio.

El resultado fue sorprendente: los equipos dejaron de competir y comenzaron a construir juntos. La retroalimentación dejó de ser “evaluación” para convertirse en aprendizaje compartido.


Testimonios de docentes que transformaron su práctica

“Antes me molestaba cuando me corregían, sentía que dudaban de mi capacidad. Hoy agradezco cada observación porque me ha hecho mejor maestra.” — María, docente de secundaria.

“En mi escuela aprendimos a decirnos las cosas con respeto, pero sin rodeos. Y descubrimos que eso nos unió más como equipo.” — José, coordinador académico.

Estos testimonios confirman que la transformación empieza cuando soltamos el ego y abrazamos la humildad profesional.


Hacia una nueva cultura docente: aprender a corregirse para evolucionar

No hay innovación sin autocrítica. No hay mejora sin humildad.

Nuestro sistema educativo necesita menos discursos y más capacidad de mirarse al espejo.

Aceptar una corrección no nos debilita: nos humaniza.

Y si de verdad queremos construir escuelas que formen ciudadanos críticos, debemos empezar por ser críticos con nosotros mismos.

La próxima vez que alguien te diga:

“Creo que podrías mejorar en esto…”
No respondas con un “¿y tú qué sabes?”.
Respira, escucha y piensa: quizás tiene razón.

Ahí empieza la verdadera transformación. 


🟩 Conclusión: la educación no cambia sola, la cambiamos todos

El sistema educativo lleno de personal que no sabe tolerar una corrección no es una condena; es una descripción de lo que aún podemos cambiar.

Cada vez que un docente decide aprender de otro, cada vez que una autoridad escucha en lugar de imponer, el sistema se mueve un poco hacia adelante.

La mejora educativa no depende de decretos, sino de personas capaces de decir: “Me equivoqué, y quiero hacerlo mejor.”

Y eso, más que una debilidad, es la esencia misma de educar.


🗣️ Qué opinas: 

✔️ ¿Has intentado aplicar alguna de estas estrategias para aceptar y dar retroalimentación en tu escuela?

💬 ¡Comparte tu experiencia, dudas o ejemplos en los comentarios y ayudemos juntos a construir un sistema educativo más abierto y colaborativo

Ahora que conoces más sobre las escuelas que no toleran correcciones; te invito a adaptar estos conceptos a tu práctica docente.


¡Un abrazo! ​🚀​

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