Entre el “se afianza” oficial y el “no despega” del aula
¿Se afianza el nuevo modelo educativo de la 4T –la Nueva Escuela Mexicana (NEM)– como asegura la Secretaría de Educación Pública (SEP) o seguimos en la misma inercia histórica: mucha consigna, poca transformación real? A dos ciclos escolares de su implementación formal, los comunicados oficiales hablan de “avances importantes”, de la centralidad de la comunidad, de la autonomía profesional docente, de prohibición de comida chatarra y de programas sociales como la Beca Universal Benito Juárez y La Escuela es Nuestra con inversiones multimillonarias. En el terreno, sin embargo, la narrativa popular es otra: normalización del estancamiento, cansancio docente, brechas de aprendizaje que no cierran y escuelas que siguen parchando techos, conectividad y vacíos de formación.
Este texto toma esas dos voces –la oficial y la del pueblo, de los profesores y de las familias– y las pone sobre la mesa. Pero sobre todo muestra un análisis honesto y cotidiano: el que se escucha en las reuniones de consejo técnico, en los grupos de WhatsApp de madres y padres, en los pasillos de las normales y en las aulas multigrado.
Lo que dice el discurso oficial: avances, comunidad, valores… y mucho presupuesto
Según la SEP, el modelo educativo de la 4T cerró su segundo ciclo escolar con logros notables: “avances importantes” en la instrumentación de un nuevo modelo pedagógico que “pone al centro a la comunidad”, basado en valores y autonomía profesional docente. A la par, se presume la continuidad de programas sociales clave –como las Becas Benito Juárez y La Escuela es Nuestra– con inversiones históricas para “blindar” el derecho a la educación y reducir el abandono escolar.
Además, se informó de acciones en salud escolar: erradicación de comida chatarra en planteles y asambleas en decenas de miles de escuelas primarias públicas con participación masiva de madres y padres. Y, mirando a la educación media superior, se han anunciado metas ambiciosas: ampliar la cobertura, unificar sistemas, mejorar las condiciones docentes y crear cientos de miles de nuevos espacios para que más jóvenes permanezcan en la escuela.
La pregunta incómoda: ¿todo ese andamiaje presupuestal, normativo y comunicacional ya se tradujo en cambios pedagógicos profundos, sostenibles, medibles en la experiencia cotidiana del aula? La Voz del pueblo responde: todavía no.
Lo que la calle, el aula y los consejos técnicos cuentan: el modelo no se ha afianzado
1) Implementación desigual y a ritmos imposibles
En algunas escuelas, los proyectos comunitarios florecen; en otras, sobrevive una planeación de hace 20 años disfrazada con palabras nuevas. El acompañamiento pedagógico es intermitente, los tiempos de la burocracia no son los de la escuela, y lo que debía ser una expansión ordenada se volvió, en muchos casos, una sobrecarga de tareas administrativas para directivos y docentes. En contextos vulnerables, sin conectividad, con planteles que aún carecen de agua, luz o techos dignos, pedir “aprendizaje situado, dialógico y pertinente” suena a hazaña heroica de buena voluntad.
2) Autonomía docente sí, pero con formación continua y materiales a tiempo
La autonomía profesional docente es un acierto discursivo, pero no hay autonomía sin formación ni sin condiciones. Los cursos llegan tarde o vacíos, los materiales didácticos no siempre aterrizan a la realidad local y la claridad curricular se diluye entre documentos, webinars y lineamientos que no dialogan con el día a día del grupo. Resultado: cada quien interpreta como puede, y la coherencia sistémica queda pendiente.
3) Inconformidad docente y regreso a las calles
En medio de todo, no puede ignorarse la creciente inconformidad del magisterio, que ve cómo se repiten los ciclos de la historia: promesas no cumplidas, condiciones precarias, falta de apoyo real en el aula. Por eso, no es casual que la protesta haya vuelto a las calles, con miles de docentes exigiendo no sólo mejores salarios, sino también respeto a su labor profesional, condiciones de trabajo dignas y una implementación educativa que escuche al que enseña, no solo al que decide desde arriba.
4) Evaluación formativa, sí… ¿pero con qué instrumentos y evidencias?
Se habla de evaluación formativa, aprendizaje para la vida y proyectos comunitarios, pero faltan instrumentos claros, sistemas de seguimiento públicos y transparentes, y datos abiertos que permitan a cualquier comunidad saber qué funciona, dónde y por qué. Hoy por hoy, mucha evaluación queda en el discurso que entrega reportes bonitos, pero no orienta decisiones pedagógicas concretas.
5) Desigualdad estructural: la gran muralla mexicana
El modelo educativo de la 4T insiste en poner al centro a la comunidad, pero no todas las comunidades tienen el mismo punto de partida. Brechas territoriales (rural/urbano, indígena/metropolitano), brechas digitales, brechas de infraestructura, brechas sociolingüísticas: el modelo no puede “afianzarse” igual donde no hay agua o internet, o donde la mitad de los alumnos llega con hambre. El diseño curricular no corrige por sí mismo la desigualdad estructural.
6) ¿Y las voces de los estudiantes? El eslabón más ignorado
Mientras los debates se dan en oficinas, foros y manifestaciones, las niñas, niños y adolescentes siguen siendo espectadores pasivos de decisiones que afectan cada rincón de su vida escolar. Algunos celebran que ahora pueden hablar de sus emociones, otros extrañan los libros claros de antes. Muchos no entienden qué cambió, pero sí sienten que las clases siguen sin motivarlos o sin responder a su contexto. En comunidades marginadas, hay quienes aún caminan kilómetros para llegar a una escuela sin baños ni maestros estables. Escuchar sus voces —no solo con encuestas, sino con presencia, diálogo y acciones— es el pendiente más grande de cualquier reforma educativa que aspire a ser verdaderamente transformadora.
🎤 Lo que dicen los estudiantes:
“Antes al menos entendía el libro. Ahora todo es confuso.”
— Diego, 13 años, estudiante de secundaria pública en Ciudad de México
— Melissa, 15 años, telesecundaria en Chiapas
Realidades que no aparecen en los informes: cinco retratos del aula mexicana
1) Escuelas con bibliotecas empolvadas en la era de la inteligencia artificial
Mientras el mundo avanza hacia el uso cotidiano de la IA y el acceso inmediato al conocimiento digital, muchas escuelas mexicanas siguen operando con bibliotecas anticuadas, libros empolvados y sin conectividad real. El rezago de recursos materiales choca con la narrativa de innovación educativa.
2) Una burocracia con abundancia frente a escuelas con carencias
La educación pública parece regirse aún por la lógica de siempre: pocos con mucho, muchos con poco. No se trata de moralizar, sino de entender que una transformación profunda requiere coherencia, cabeza fría, austeridad realista y trato humano, incluso desde los escritorios más altos del sistema.
3) Comunidad sí, pero con más restricciones que confianza
El enfoque comunitario se anuncia como base del nuevo modelo educativo, pero en la práctica, muchas escuelas restringen más de lo que abren. Entre avisos de “prohibido el acceso”, “no se permite”, “es la norma” y “se sancionará”, la desconfianza predomina sobre la colaboración. La idea de “prohibido prohibir” aún no cruza la reja de muchas instituciones.
4) Plantillas incompletas, sostenidas por madres y padres
La falta de personal de base es tan crónica que, en muchas escuelas, son los propios padres de familia quienes pagan salarios de intendentes, administrativos o incluso docentes interinos. Sin un nombramiento oficial, el enfoque comunitario se convierte en subsidio voluntario, disfrazado de participación.
5) Una diferencia real: el trato desde el poder
Más allá de las cifras, la voz popular señala una diferencia clara entre administraciones pasadas y la actual: el trato desde el poder. Mientras antes predominaba la distancia o el protocolo, hoy hay una narrativa de cercanía que a veces se traduce en respuestas rudas, improvisadas o sin empatía frente a problemas estructurales.
“Nuevo Modelo Educativo de la 4T” vs. “Nueva Escuela Mexicana” ¿Cuál es mejor y por qué la pregunta está mal formulada?
¿Cuál es mejor: el nuevo modelo educativo de la 4T o el anterior? La respuesta honesta es que no es un concurso de etiquetas. La NEM trae buenos principios —lo comunitario, la justicia social, la soberanía curricular, la evaluación formativa—, pero sin capacidades estatales fortalecidas, financiamiento suficiente y seguimiento técnico-pedagógico serio, cualquier etiqueta se vuelve eslogan.
Lo que importa no es el nombre del modelo, sino si logra:
- Mejorar los aprendizajes fundamentales (lectura, escritura, pensamiento matemático, pensamiento científico y crítico, habilidades socioemocionales).
- Reducir desigualdades entre estudiantes por territorio, lengua, género y condición socioeconómica.
- Fortalecer la profesión docente con tiempo protegido, acompañamiento situado, evaluación formativa con evidencia y condiciones laborales dignas.
- Crear escuelas habitables y conectadas, donde la comunidad participe de verdad y no solo firme asistencia.
Mientras esos indicadores no mejoren de forma consistente y verificable, no podemos hablar de un modelo “afianzado”, por más ruedas de prensa o boletines optimistas que haya.
El espejismo de las “victorias rápidas”: comida chatarra, asambleas y cobertura
Que haya lineamientos para prohibir comida chatarra en las escuelas es positivo. Que se hayan hecho asambleas con millones de madres y padres también suena bien. Que la cobertura de media superior quiera ampliarse es urgente y plausible. Todo suma. Pero nada de eso, por sí mismo, transforma la pedagogía cotidiana, no cierra las brechas de aprendizaje heredadas (y amplificadas) de la pandemia, no arregla el abandono escolar en las zonas más golpeadas, no estructura una formación docente sólida, ni generará por sí solo prácticas didácticas culturalmente pertinentes.
Necesitamos distinguir entre “acciones de entorno” y “cambios pedagógicos profundos”. Las primeras ayudan (a veces mucho), pero no sustituyen a las segundas.
Tres cuellos de botella que mantienen a la NEM en tierra
1) Capacidad de implementación local débil
Las autoridades intermedias (estatales, regionales, supervisiones) no siempre tienen claridad operativa, ni tiempo, ni perfiles técnico-pedagógicos robustos para acompañar a las escuelas. Muchos docentes siguen sintiéndose solos frente a un modelo que les exige innovar, evaluar distinto, trabajar por proyectos, pero con los mismos recursos de siempre.
2) Financiamiento sin fórmula de equidad
Se anuncian montos totales enormes, pero no existe una fórmula clara, pública y con criterios de vulnerabilidad que reparta más donde más se necesita. Si las escuelas indígenas, rurales dispersas, multigrado o en zonas de alta violencia reciben lo mismo (o menos, por trámites o por capacidad de gestión) que otras con más capital social, no habrá “afianzamiento” posible.
3) Monitoreo y evaluación con transparencia cero a la izquierda
Para saber si el nuevo modelo educativo de la 4T “despega”, necesitamos indicadores claros, metas, líneas de base y comparaciones anuales. Datos abiertos, no PDFs perdidos. Reportes de aprendizajes, no solo de infraestructura o asambleas. Saber qué estrategias funcionaron, en qué contextos y cómo se escalan. Hoy, ni la sociedad ni muchas comunidades escolares tienen acceso a ese tablero de control.
“Voz populi”: lo que se escucha en el país escolar
- “Cuando no hay techo, ningún modelo aterriza.”
- “Sí, evaluación formativa, ¿pero con qué tiempo y con qué herramientas?”
- “Nos dicen autonomía, pero seguimos descargando oficios y formatos.”
- “La Beca sí ayuda, pero el niño sigue sin internet ni computadora.”
- “Los proyectos comunitarios jalan, pero requieren asesoría real y continuidad, no un curso o taller exprés.”
Estas frases no niegan los avances ni se instalan en el pesimismo eterno. Piden seriedad. Piden escuchar la experiencia del aula. Piden que el modelo educativo de la 4T, la NEM, o como queramos llamarle, pase de la consigna al cambio cotidiano.
Lo que sí está funcionando
- Redes de tutoría entre pares docentes que comparten prácticas, planificaciones y rúbricas sin esperar instrucciones centrales.
- Proyectos sociocomunitarios bien acompañados que vinculan la escuela con problemas reales del barrio o la comunidad (agua, salud, memoria histórica, lengua).
- Escuelas con liderazgo directivo pedagógico, que protegen tiempos para el trabajo colectivo y cuidan la carga burocrática.
- Programas de becas que, cuando se combinan con estrategias pedagógicas de retención, sí reducen el abandono.
- Coordinaciones estatales que bajan el discurso a instrumentos concretos, claros y evaluables.
Moraleja: sí hay semillas. El reto es no dejarlas solas, ni llamarlas “afianzamiento” cuando todavía son piloto, excepción o buena voluntad individual.
Check-list ciudadano (y docente)
Cuando alguien diga que “el modelo educativo de la 4T ya se afianzó”, pregúntale:
- ¿Dónde están los datos abiertos que lo prueban (por escuela, municipio, entidad)?
- ¿Cómo variaron los aprendizajes de los estudiantes en los últimos dos años, por subpoblaciones (rural, indígena, urbano-marginal, etc.)?
- ¿Cuál es la fórmula de reparto de recursos y cuánto recibió mi escuela comparada con otra en mejor situación?
- ¿Qué mecanismos de acompañamiento docente están operando, con qué frecuencia y con qué resultados?
- ¿Qué cambió en la cultura evaluativa de mi plantel? ¿Seguimos “entregando evidencias” para cumplir, o realmente evaluamos para mejorar?
Si no hay respuestas claras, medibles y públicas, el “afianzamiento” es, cuando mucho, una aspiración todavía distante.
Conclusión
Ni negacionismo ni triunfalismo; exigencia informada
No se trata de negar por negar. Hay avances: la retórica del bien común, los programas sociales, la intervención en salud escolar, el reconocimiento de la autonomía docente. Todo eso importa. Pero el pueblo, las y los docentes, las familias, las comunidades educativas merecen claridad: el nuevo modelo educativo de la 4T, la Nueva Escuela Mexicana, no se ha afianzado al nivel que el discurso presume. Todavía no despega como transformación sistémica sostenida y verificable.
¿Qué sigue? Transparencia de datos, financiamiento con enfoque de equidad, monitoreo público, formación situada, acompañamiento pedagógico real, liderazgos escolares fortalecidos y menos burocracia. Si el modelo educativo de la 4T quiere ser mucho más que una promesa, tendrá que demostrarlo con evidencias y cambios palpables en cada salón de clase. Hasta entonces, la voz populi seguirá diciendo lo que hoy palpita en las escuelas: hay voluntad, hay discurso, hay recursos… pero al modelo le falta pista para, por fin, despegar.
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